Una vieja estrella del boxeo, consumidor de crack y egocéntrico empedernido es el estandarte sobre el que se sitúa The fighter, la película de 2010 del director David O. Russell, basada en la vida de los boxeadores Micky y Dicky Ward.
Christian Bale es el encargado de darle vida a uno de los personajes, de una manera tan magistral que cualquier irregularidad en cuanto a ritmo que tiene el filme es obviada, ya que con una simple mirada el actor, galardonado con un Oscar por este papel, le brinda todos los atractivos necesarios al guión.
Su apariencia física, sus gestos y movimientos demuestran la calidad que tienen ciertos actores, o la capacidad de estos de meter en su piel una nueva personalidad, desafiando cualquier argumento y encargándose del encanto principal de la película, pues, aunque esta es sin duda una muy buena, Bale se queda con todos los elogios.
El trasegar de la carrera de este actor ya nos había demostrado sus capacidades para cambiar físicamente, ya que para su papel en la cinta The machinist adelgazó al extremo, moldeándose de nuevo para grabar en la memoria de sus seguidores una interpretación impactante.
Igualmente, en Batman, la saga dirigida por Christopher Nolan, el ganador del Golden Globe y el Bafta encarnó a uno de los Bruce Wayne más representativos de la historia del cómic en las pantallas, pues supo convertirse en ese millonario misterioso que ya había sido asumido de buena manera por Michael Keaton, y de unas no muy atractivas por Val Kilmer y George Clooney.
El caballero oscuro, superhéroe, hombre de negocios y conquistador pareció hecho a su medida, provocando que muchos fanáticos lloren su partida del traje de cuero y rechacen la entrada de Ben Affleck.
Por esto, al encender la televisión y encontrarme con esa otra película de la que tanto escuché durante la temporada premios de 2011, el deportista drogadicto que parece no tener más esperanza que sus antiguos días de éxito se quedó impreso en el vidrio de la caja mágica.
Su compañero, Mark Wahlberg, aunque no lo hace mal, todavía tiene esa imagen de rapero frustrado y modelo de Calvin Klein que no me sorprende, pero su hermano en la cinta sí que logra impresionar: desde los momentos en los que parece menos vulnerable y dispuesto a asumir que fue él quien logró superar a Sugar Ray Leonard, hasta cuando se quiebra ante el rechazo y admite que su rival simplemente se cayó, regalándole una batalla por el campeonato mundial y la fama eterna.
Es sencillo notar en Dicky la ferocidad con la que han pasado los años y el peso que carga en los hombros al ser una estrella para sus amigos y conocidos, tanto que podría decir que el verdadero papel heroico de Bale es este y no el hombre murciélago, ya que hace que todos quienes lo ven cruzar las calles lo saluden con amor y lo sigan un par de cámaras de televisión que graban un programa especial sobre su vida tras la gran hazaña.
Sin embargo, en el momento más álgido desvela su vulnerabilidad, la forma en la que se ha abandonado ante la certeza de la nada, la vergüenza y los sinsabores de una vida sin ideales en un refugio devastado por el presente.
De esta manera, puedo decir que el motivo más importante para seguir esta historia hasta el último de sus 115 minutos fue ver la catarsis y renacer de Bale, más que conocer el final feliz del personaje principal, o los giros de la historia familiar. El mejor personaje de reparto atrae, convence, y se convirtió, desde mi mirada, en uno de los actores de cine más prometedores de nuestra época.
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