Ponerle un nuevo rostro
a un ícono pareciera el desafío más grande de un cineasta. Cambiar la idea
sobre un personaje, la imagen mental de un nombre y crearle una mirada
diferente a un mismo vestido, dándole una personalidad definida, pero similar a
la que se supone es suya, convirtiéndolo en un ente más radical, cercano a la
muerte y a su disfrute.
Javier Bardem, el actor
español ganador de un Oscar a Mejor Actor de Reparto, ya se ha acercado a esa
muerte, la ha gozado y reclamado. La ha tenido tan cerca como la brisa que
mueve las hojas o como el oxígeno comprimido que atraviesa una frente.
Ha cambiado de rostro y
peinado, sin temor a transformarse en un villano despiadado, en el rival del agente
secreto más famoso del mundo y en un hombre que atrae el caos a su paso sin
ningún remordimiento.
Le ha dado vida al
cerebro que desea dejar de pensar, que solo razona sobre la libertad y el
trauma de caer en la superficie adentrándose en la profundidad de los problemas
existenciales de quien ya no puede sentir.
También, se ha moldeado
en las manos de directores tan aclamados como Alejandro González Iñárritu,
Pedro Almodóvar y Woody Allen, usando el traje de hombre seductor, de persona
vulnerable y de quien se supera ante la tragedia.
Por esto, no es difícil
imaginarlo con la cara pintada de blanco, hablándole con sarcasmo al hombre
murciélago y haciendo que Ciudad Gótica se detenga a su paso, creando terror en
todos quienes lo encuentran en la esquina del miedo.
Bardem tiene esa
auténtica sonrisa psicótica y la experiencia necesaria para homenajear a su
antecesor e impresionar al público incrédulo que ya no ve oportunidades para
que alguien lo haga mejor.
De manera obvia, este
sería un Guasón mucho más maduro, tal vez con motivos e ira reprimida, con sed
de venganza y una dosis de locura más frívola.
Podría derrotar ante el
estruendo de bombas a un Batman herido, que mira su resultado en el filo de su
perdición personal: un héroe que pasó a un segundo plano después de medirse
ante adversarios que están más fijos en las pantallas que su propio disfraz de
cuero.
Sin embargo, podrá ser
el Guasón que muere para ser olvidado o para unirse a los dos hombres que ya
son conocidos por una generación, gracias a sus gestos macabros, pintados con
pinceles diferentes.
Un hombre, que gracias
al nivel actoral que ha alcanzado, puede meterse en la piel de cualquier
personaje, logrando que las cicatrices y la gloria de quien murió
repentinamente, puedan marcarse en su carrera y ser suyas.
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