Whiplash es una sinfonía de obsesiones, un relato sencillo que se cuenta a ritmo de jazz, y que trasciende gracias a dos soberbias actuaciones.
El baterista Andrew Newman (Miles Teller) estudia su primer año en el conservatorio de música Shaffer, el número uno de Nueva York, allí está dispuesto sacrificar sus relaciones interpersonales y poner en riesgo su físico con tal de ser el mejor baterista de jazz de la historia y no correr el riesgo de ser olvidado.
En el otro extremo está Terence Fletcher (J. K. Simmons), un maestro de música, que vive para preservar su reputación: perfeccionista, psicótico, mal encarado y de métodos poco convencionales, que llegan al maltrato.
Fletcher presiona al novato para sacar el máximo de su talento potencial, pero no le da tregua ni cuando el joven demuestra sus habilidades, todo lo contrario, su filosofía se basa en una negación del reconocimiento para que sus alumnos no caigan en la mediocridad.
Las obsesiones de ambos, que parecen ir en un mismo sentido, se chocan por la intensidad que manejan, derivando en un desenlace inesperado.
Vale la pena resaltar que J. K. Simmons se ganó con creces su premio Oscar en la categoría a Mejor Actor de Reparto. Hace las veces de un villano implacable, un egocéntrico indeseable, que se hace odiar de sus alumnos y del espectador.
Miles Teller, por su parte, no desentona con la maestría de Simmons, como su personaje es un tipo con todo el potencial para triunfar.
El otro gran acierto de la cinta es el montaje de Damien Chazelle, que le imprime un ritmo narrativo trepidante, gracias a los planos rápidos y a esos sorpresivos detalles que le dan realce a la historia.
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