Erin es una científica que busca obtener una cátedra en la Universidad de Columbia, sin embargo, su intento se ve frustrado cuando sale a la luz la publicación que escribió en compañía de una amiga de la infancia, sobre la existencia de fenómenos paranormales.
Mientras que ella solo quiere esconder cualquier evidencia de ese libro, Abby, su coautora, continúa en la búsqueda de fantasmas en la ciudad, y en el desarrollo de dispositivos para atraparlos.
Esta es la historia que plantea Cazafantasmas, la nueva versión de la exitosa película de 1984, que, en esta ocasión, es protagonizada por mujeres.
Kristen Wiig, Melissa McCarthy, Kate McKinnon y Leslie Jones son las nuevas heroínas que combaten a aterradores fantasmas y al escepticismo de los habitantes de Nueva York, que no creen en sus argumentos ni en sus armas radioactivas.
A pesar de la simpleza de sus personajes, las cuatro actrices logran intervenciones cómicas, en especial cuando en el guion se exponen las características que más las definen, como sus trabajos iniciales, su gusto por ciertos alimentos o algunas atracciones románticas.
No obstante, esto no contrarresta la cantidad de chistes bobos a los que se recurre desde los primeros minutos del filme, y que empañan la buena labor de su reparto, que utiliza todas sus habilidades interpretativas para hacer reír al público, a pesar de que los motivos sean bastante flojos.
La película cae en el error de dejar ciertas situaciones abiertas, que en algún momento parecen fundamentales en el hilo de la historia, pero que con el paso de los minutos se dilatan sin ningún desenlace, como el encuentro del equipo con Martin Heiss, uno de sus principales contradictores, que no tendría tanta importancia si no fuera interpretado por Bill Murray, actor que hace parte de la generación clásica de Cazafantasmas.
Otros miembros del elenco original, como Dan Aykroyd, Ernie Hudson y Sigourney Weaver, también tienen intervenciones en la película; una muy buena manera de atraer a los fanáticos de la saga estrenada hace más de 30 años.
Elementos ya clásicos, como el logo del fantasma blanco bajo la insignia de prohibido rojo, la canción inconfundible, los uniformes de las cazadoras y sus armas para combatir los espíritus malignos se mantienen, lo que es un acierto de la producción, que no tuvo pretensiones de reformar el imaginario de cazafantasmas, para aprovechar la conexión emocional que existe entre esos símbolos y el público.
Lo mismo sucede con el fantasma verde conocido como ‘Pegajoso’, que tiene su espacio en la película, pese a que su diseño ya se ve anticuado, en comparación con las demás apariciones.
Para los más jóvenes, que no están tan relacionados con las primeras películas, estos atributos quizá no sean tan relevantes. Para ellos, hay muchas referencias a redes sociales, aparatos y tendencias tecnológicas, con los que podrán sentirse identificados.
Cazafantasmas no es una película que descresta con su nivel de comedia, pero que tiene un público asegurado, gracias al reconocimiento de su antecesora, que irá directo a los recuerdos ochenteros de sus espectadores, y que abrirá las expectativas de las nuevas generaciones para verla por primera vez.
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