“¿Por qué a mí, si no he sido un mal perro?” Se lamenta Rowf exhausto luego de haber sobrevivido a otro día de tortura. Es sujeto de experimentación en un laboratorio oculto entre las montañas, pero él lo ignora. Solo sabe que, periódicamente, personas de túnicas blancas lo meten a un tanque lleno de agua, para medir su capacidad de resistencia, tomar el tiempo y hacer cálculos.
Cuando está a punto de ahogarse, cuando lentamente se hunde y todo se convierte en un oscuro silencio, entonces lo rescatan, le sacan el agua que tragó y, literalmente, lo tiran en una jaula.
Rowf es un cruce de labrador, es negro y está viejo. No entiende a los humanos y muchos menos las razones que tienen para torturarlo. En la jaula de enseguida está Snitter, un fox terrier blanco con pintas cafés, es un poco más joven, pero recuerda haber tenido un buen amo, tal vez eso lo lleva a creer que hay esperanza de encontrar a personas que los ayuden, por eso convence a Rowf de escapar cuando se percata de que, por error, les han dejado la jaula abierta.
Ahí comienza su odisea, un viaje en busca de la libertad, de un lugar mejor, donde no haya más personas con túnicas blancas, ni donde más perros, o monos, o conejos, o ratones sean sometidos a procedimientos dolorosos que no pueden entender.
Sin embargo, afuera del laboratorio el paisaje es escarpado, solitario, triste, frío. No hay asentamientos humanos cerca, tendrán que apelar a su lado más salvaje para sobrevivir al hambre, al invierno y a otras criaturas que están al acecho. Aunque la amenaza más grande será la peste, la peste humana que, incapaz de comprender el calvario de los dos amigos, los verá como una plaga que ataca a las ovejas y a las gallinas…
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Técnicamente hablando, The Plague Dogs no es una joya de la animación, los escenarios y fondos se repiten frecuentemente y hay momentos en los que se ve rústica, muy seguramente porque se trata de una película británica independiente, que se estrenó en 1982.
No obstante, eso es lo de menos, su historia es contundente, desgarradora y capaz de quebrar al más fuerte. Sin humanizar a los protagonistas, solo dándoles voz, es capaz de trascender en una profunda reflexión acerca del infierno en el que el hombre puede llegar a convertir el mundo para las demás especies.
El director Martin Rosen, quien se encargó de adaptar la novela homónima de Richard Adams, consigue que los personajes generen empatía desde la primera secuencia y logra amalgamar muy bien la trama, desvelando información poco a poco hasta llegar a un gran clímax, que cierra con un final perfecto, redondo, mas no esperanzador.
Son un gran acierto la música, que toca fibras en los momentos más emocionantes y, por supuesto, la paleta de colores, que está muy lejos de las animaciones coloridas de Disney, sino que se ajusta a la trama sombría.
The Plague Dogs es una animación casi desconocida que no debe ser olvidada, pero que, tal vez, sea para ver una sola vez en la vida, porque el taco en la garganta y el vacío en el estómago son sensaciones que no se desean repetir.
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