Junio de 1940. La estrategia de la Guerra Relámpago implementada por la Alemania Nazi tiene postrada a casi toda Europa. El pacto de no agresión entre Hitler y Stalin tiene aislada a la Unión Soviética. Estados Unidos aún no entra a la guerra. Inglaterra está al borde de la hora más aciaga de toda su historia. Entre tanto, 400.000 hombres de los ejércitos Aliados, están acorralados en las playas de la ciudad portuaria de Dunkerque, al norte de Francia.
La única esperanza es poder escapar por el mar, y reagruparse en la Gran Bretaña, sin embargo, los muelles están deteriorados, el fuerte oleaje amenaza con hundir cualquier embarcación y, desde el cielo, la Luftwaffe (fuerza aérea Nazi) ataca ocasionalmente.
Churchill, primer ministro inglés, sabe que salvar a estos hombres es crucial para lograr un contraataque, pero no quiere enviar a la marina, para no dejar indefensa las tierras británicas. Por ello, ordena a los civiles que, con sus pesqueros o yates, crucen el Canal de La Mancha, y traten de rescatar a los soldados. El destino de la humanidad depende, como nunca antes, de esta acción valerosa de héroes anónimos. En las playas, mientras los hombres esperan, el miedo y la necesidad de sobrevivir sacarán a flote lo más mezquino del espíritu humano.
Este es el hecho que relata La batalla de Dunkerque (Dunkirk), la nueva película del director inglés Christopher Nolan. Una cinta bélica que logra sumergir al espectador, durante 107 minutos, en la angustia, el temor y la zozobra que vivían los soldados en medio de las batallas de la Segunda Guerra Mundial.
Nolan, aclamado y odiado por cintas como Memento, la trilogía de Batman, El origen e Interestelar, presenta tres puntos de vista: un par de soldados que tratan de sobrevivir en la playa; un hombre mayor que atiende el llamado del gobierno y se embarca, junto a dos jóvenes, para ayudar a salvar las tropas, y un piloto que se dedica a cazar los aviones nazis.
Magistralmente, el director logra hilvanar los tres relatos, a pesar de que transcurren en momentos distintos, en una película redonda, que no deja cabo sueltos.
Sin diálogos innecesarios, la banda sonora del grandioso Hans Zimmer, y el excepcional diseño de sonido se constituyen en los elementos más importantes de toda la cinta, ya que con ellos se asienta el terror de la batalla y se percibe mejor la angustia de los protagonistas.
Por el manejo de la iluminación, por los encuadres, por los efectos especiales (prácticos y convincentes) y por la increíble puesta en escena, de cualquier plano de la película se podría sacar una postal de la Segunda Guerra Mundial, y creer que es real.
A pesar de todo ello, La batalla de Dunkerque no es una película perfecta. El elenco coral, aunque tiene intérpretes de la talla del gran Tom Hardy, no consigue calar entre el público, pero no por la calidad de la actuación, sino por la construcción de los personajes.
Las historias se sienten distantes, al extremo de no importar qué les suceda a los directos implicados. Conectar con los protagonistas es un poco complejo y eso hará que algún sector del público piense que la película es aburrida, especialmente en los primeros minutos, cuando hay menos diálogo.
No obstante, esta película es un todo, es una forma de ver un mismo hecho histórico desde tres miradas, y solo por la parte técnica o por la manera en que Nolan maneja el tiempo en la estructura narrativa, valió la pena ir a verla en la pantalla grande.
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