Durante casi 10 años lo tildaron de loco, de energúmeno, de belicista, pero cuando llegó el momento más difícil de toda la Segunda Guerra Mundial, cuando los panzer habían invadido a toda Europa Occidental, y Estados Unidos permanecía en la neutralidad, el rey lo llamó para que liderara al Imperio Británico.
Pronto se dio cuenta de que antes de enfrentar al enemigo, antes de resistir, antes de salvar al mundo, debía convencer a su Nación y a sus rivales políticos que, por primera vez en toda la historia de la humanidad, pelear era la única opción para preservar la libertad.
Winston Churchill, el hombre que guió al pueblo inglés en el momento más aciago de toda su historia, es retratado en Las horas más oscuras, un relato íntimo, sencillo, que se desliga de la figura poderosa, para mostrarnos al hombre conflictuado, lleno de miedos e inseguridades, que debe sortear conspiraciones y hasta los fantasmas del pasado.
La película, del director Joe Wright, se centra en una etapa específica de la vida Churchill, en mayo de 1940 cuando, recién nombrado como primer ministro, tuvo que decidir sobre el destino de los soldados atrapados en Dunkerque y respecto a la posibilidad de firmar un tratado de paz con Alemania.
Con una excelente dirección de fotografía y un acertado diseño de producción, la película transmite la oscuridad que invade al mundo, sin llevar la cámara hasta el corazón de las tinieblas, solo a través del alma vulnerable y atribulada de Churchill. Pero no sería posible conocer ese lado del líder británico, de no ser por la intensidad interpretativa de Gary Oldman.
No, no se trata solo de la increíble transformación física, en sus ademanes, en sus gestos, en la postura, se encuentra al líder, al político y al humano. Sorprende la similitud en la forma de hablar, pues basta con escuchar los fragmentos originales de los discursos para comprender la calidad actoral.
Vale la pena resaltar que es en la capacidad de conmover y avivar al pueblo a través de la palabra, donde está la mayor fuerza del personaje, de ahí que parte de los momentos cumbres de la historia estén afincados en cómo construye sus discursos, al lado de su secretaria, interpretada por Lily James.
Oldman además consigue, con sutileza, que los espectadores reconozcan facetas de la personalidad de Churchill casi desconocidas, como la ternura y el amor que demuestra por su esposa Clementine (Kristin Scott Thomas); o el desparpajo a la hora de convivir con sus allegados, que dista mucho de la flema y la elegancia de un caballero inglés.
La cinta, de 125 minutos de duración, se puede pasar muy rápido o muy lento, dependerá de la pasión que el espectador sienta por el momento histórico que recrea y, quizás, del conocimiento que tenga sobre el mismo. No obstante, es relativamente fácil ingresar al juego de intrigas y maquinaciones, además de cautivarse con la arrolladora personalidad de Churchill.
Hacia el final, el guion decae cuando mucho de lo que había construido, lo resuelve con un diálogo, sin justificaciones previas, ni hechos determinantes; por lo demás es una buena película, cimentada en una excelente historia y una magnífica actuación.
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