Marina se quedó sola. Orlando, su novio, murió de repente, después de una celebración romántica y sutil, por el cumpleaños de ella. Su regalo, un viaje a las cataratas de Iguazú, se convirtió en un espejismo, y su rol de pareja estable, de buena persona, e incluso de mujer, empezó a ser cuestionado.
La familia de Orlando la mira con desconfianza, juzga el momento en que un aneurisma se llevó a ese hombre, 20 años mayor que Marina, mientras dormía a su lado; la quiere lejos, la desprecia, no entiende su dolor. Marina es una mujer transgénero, y ante los ojos de la sociedad indolente, esa condición la obliga a cargar una cruz de culpa, que no le dejan soltar.
Una mujer fantástica es la película chilena ganadora del Óscar a Mejor Película Extranjera, en la edición 2018. Con total honestidad, el director Sebastián Lelio presenta la discriminación que deben soportar las personas transgénero, en América Latina, donde no son suficientes la valentía o la dignidad con la que se expresen para combatir los comentarios agresivos de quienes se creen ‘normales’ o de nivel superior.
El primer acto revolucionario de la cinta es su protagonista: la actriz transgénero Daniela Vega, que además se convirtió en la primera en presentar un premio de la Academia. Ella realiza una actuación absolutamente conmovedora, en la que se muestra cómo es polemizado su cuerpo, sus sentimientos y su destino, después de perder a una de las pocas miradas que le daban valor.
El segundo es la empatía que se construye, desde el guion escrito por el director y por Gonzalo Maza, con la protagonista, pues el público puede conocer toda la situación inicial y reconocer la dureza y poca compasión a la que es sometida, en un momento de duelo que ni siquiera puede vivir, porque tiene que defenderse.
Los demás actores del filme, como Nicolás Saavedra, que interpreta al hijo de Orlando; Aline Küppenheim, su ex esposa, y Luis Gnecco, su hermano, demuestran el trato impersonal, violento y prevenido con el que debe lidiar, provocando en los espectadores cierta frustración, ya que Marina es la más carismática de los personajes: nunca víctima y siempre dispuesta a luchar.
Aunque es una película redonda, hay ciertos vacíos que no tienen explicación, como el misterio de la pérdida de un par de boletos de avión, en un sauna de Santiago, o el sentimiento de duda que embarga a la protagonista, cuando es notificada de la muerte de su amado. Sin embargo, estos detalles, además de abrir algunas preguntas sin respuesta, no generan mayor problema a la cinta.
La esencia fantástica, pregonada desde el título de la película, no se limita únicamente al físico de su actriz principal. Es fantástica su historia inédita, que abre los ojos de los espectadores, que quizá ignoran -conscientemente- esa realidad social. Es fantástico su atrevimiento de poner a la gente en los zapatos femeninos de quien no se resignó a vivir el cuerpo que no quería, y a dar un paso firme para iniciar la narración de otras realidades, para ver un mundo plural, y adornarlo con metáforas que no lo hacen más lindo, pero sí, más humano.
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