En el verano de 1993, Frida, una niña de seis años, se fue a vivir con su tío materno y su familia, compuesta por su esposa e hija pequeña, a una casa campestre en Ampurdán, España, después de la muerte de su madre.
Este comienzo parece fatal debido a las nuevas normas y costumbres familiares, a la ausencia de sus abuelos y tías que se quedaron en Barcelona, y a la falta que le hace el consentimiento excesivo que recibía de ellos, quienes trataban de cubrir los vacíos afectivos que su madre no podía llenar, pues se encontraba batallando contra una rara enfermedad de la época, hoy conocida como sida.
La mirada de la niña sobre su situación y el destino de su mamá enmarcan el largometraje autobiográfico y ópera prima de la directora Carla Simón: Verano 1993, o como se titula originalmente en catalán Estiu 1993.
Al narrar la vida de una niña y, además, los recuerdos de la niñez de una persona, esta pieza no se llena de dramatismos y escenas elaboradas, ya que muestra cómo la vida pasaba frente a sus ojos, cómo reconoció la distancia y su proceso de adaptarse a un nuevo lugar.
Cuando presenta a los adultos, permite conocer también la transición de estos, pero con toda la censura, secretos e imprudencias que se viven en el mundo de los grandes, cuando se es pequeño, y que solo permiten atar cabos, cuando los años han pasado de largo.
Y es que después de verla por primera vez, y sin haberla explorado previamente en internet, puedo decir que su mensaje es tan profundo, que desde la visión de la adultez no puede ser percibido completamente, provocando que la cinta sea catalogada como aburrida o poco reveladora, de forma prematura. Sin embargo, parece que su directora tenía claro este riesgo, y decidió ponerle al final una dedicatoria que desarma, cierra cualquier pregunta y llena de significado a la historia.
La esencia nostálgica se encuentra en la fotografía y en las locaciones escogidas para plasmar cada escena, las cuales crean conexiones con los recuerdos de infancia del público y con aquellas vacaciones que marcaron su crecimiento.
Por su parte, los actores logran un buen trabajo, empezando por Laia Artigas, que interpreta a Frida; por Bruna Cusí, que hace el papel de Marga, la tía de Frida que la acoge en su casa, y por Isabel Rocatti, que da vida a la abuela que sobreprotege a la pequeña.
El idioma también merece ser destacado, ya que la película fue rodada completamente en catalán y es una de las primeras con esta característica escogida por la Academia Española de Cine para representar al país en los premios Oscar de 2017.
Verano 1993 deja claro que el lenguaje de los niños siempre podrá parecer menos relevante, y a veces en el cine esperamos más de las acciones de los adultos para que haya giros en la trama. No obstante, es necesario que este tipo de propuestas nos devuelvan la sensibilidad hacia la simpleza del mundo infantil, su natural elección de no excavar profundamente en sus sentimientos, de preguntar solo cuando hace falta y de cerrar ciclos con un parpadeo.
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