La ‘tensa calma’ de Israel se vive sin etiquetas de sangre y violencia a través de la película Detrás de las colinas, estrenada en 2016, el Festival de Cine de Cannes, y en las salas de cine colombianas, la semana pasada.
Con la historia de una familia convencional, a la que regresa el padre después de 27 años de servicio militar, el director Eran Kolirin retrata la dinámica de una familia de individuos que se desconocen, y que a duras penas se relacionan, y el impacto que tiene la situación política de un país en conflicto, en cada uno de sus miembros.
El primer acto inicia a un ritmo que podría sentirse un tanto plano, cuando David, el padre, vuelve a su casa y se pregunta qué hacer con su vida, después de haber cambiado su noción de cotidianidad en el ejército. Eso también se junta con el reconocimiento de su familia, su esposa, una maestra de secundaria que derrocha intelectualidad; su hija, una joven que milita en pro de varias causas sociales, y su hijo, de quien solo se revela la compleja relación que vive con su madre.
Al embarcarse en la carrera de ventas multinivel, el hombre empieza a vivir una amarga frustración, que lo lleva a empuñar su arma, quizá como una liberación ya experimentada en el pasado, y disparar hacia las colinas, que inicialmente no son más que un simple horizonte, para después convertirse en el símbolo de la frontera entre dos mundos que llevan décadas de lucha.
En ese momento, empiezan a dibujarse las historias de los demás personajes, y con ellas el ritmo de la cinta. La hija, Yifat, experimenta un sentimiento de culpa que la lleva a visitar a una familia palestina, después de enterarse que uno de sus miembros, y joven al que había rechazado, fue asesinado por una bala perdida. Rina, la madre, inicia en una relación amorosa clandestina con uno de sus estudiantes, y Omri, el hijo se debate con la humillación, aunque con mucho menos tiempo en la pantalla.
Estos detalles de imperfección que surgen de una familia totalmente arraigada al esquema tradicional se combinan, desde el guion, con la cultura del país, sus tabúes respecto a las relaciones entre judíos y musulmanes, las jornadas de simulacro que incluyen máscaras de gas y el temor a un ataque violento, que incluso se vive entre el público, que parece estar siempre esperando una explosión.
Además, la historia, que hizo parte de la selección Una Cierta Mirada, en Cannes, tiene unas cuotas de humor que acompañan muy bien la expectativa de sus 90 minutos de metraje, y que generan una mezcla muy entretenida.
No obstante, creería que es necesario contextualizarse antes de ver esta propuesta, pues los hechos que narra adquieren mayor significado gracias a su ubicación geográfica y al imaginario de Oriente Próximo que han creado los medios de comunicación. Esto permite que se rompan muchos paradigmas, se genere identificación con aquella cultura que siempre se ha pensado distinta, y se abra la mente hacia una nueva realidad.
Detrás de las colinas no tiene un final estupendo que cierre todos los caminos que abrió en su historia. Más bien, deja la sensación de haber presenciado los secretos de cuatro personas que siguen con el rumbo de su vida, a pesar de las pequeñas tormentas. Hasta el miércoles hay plazo confirmado para verla, pues se corre el riesgo de que no continúe la próxima semana en cartelera, por lo que recomiendo atreverse a abrir la ventana y descubrir lo que se esconde detrás de una montaña en la que, más allá de la frontera física, hay una frontera de percepción.
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