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Armenia, 20 de febrero de 2019
Querido Don Shirley,
Podrás ser el pianista más virtuoso de tu generación, podrás ser un hombre refinado, de buenos modales y buen gusto, podrás tener mucho dinero, habitar un ‘palacio’ encima de un teatro, sentarte en un trono y tener todas las piezas de arte que siempre deseaste, pero, sabes qué, vives en Estados Unidos, en plena década del 60 y eres negro. Por más que trates de rendirle pleitesía a los blancos que te contratan por tu maravillosa forma de tocar, son muy pocos los que realmente te valoran fuera del escenario, ellos te ven como la excepción, como el negro que aprendió a interpretar magistralmente a Chopin, aunque tuvo que conformarse con tocar ‘canciones populares’, ya que lo veían como una excentricidad.
No olvides que llevas a cuestas el peso de la historia de tu estirpe, tus ancestros no llegaron al Nuevo Continente a bordo de La Niña, La Pinta o La Santamaría, ni venían con los padres peregrinos, por el contrario, llegaron como víctimas del desarraigo, por la ambición de comerciantes desalmados que vivían de un negocio infame, que se sustentaba en las cadenas, el cepo y los latigazos. Sé que, en el fondo por eso, ignoras tu lugar en este mundo: los blancos solo te aceptan por tu música y tu dinero, y los negros no ven en ti a su par, creen que no te tocó sufrir ese perverso paquete de leyes que, tras la abolición de la esclavitud, los perdedores de la guerra civil instauraron con una forma de vengarse de los “culpables” de la devastación de su imperio de algodón y azúcar, con el fin de perpetuar la desigualdad.
Admiro que hayas realizado esa gira por el sur, por allí donde ese maldito Libro Verde (Green Book) te decía dónde debías hospedarte, entrar al baño o cenar. El color de tu piel, según lo promulgaba el sistema, te hacía igual, pero te mantenía separado, no fuera a ser que les contagiaras alguna rara enfermedad, corrompieras a las damas blancas y su piel se oscureciera. Pero por más que tuvieras buenas intenciones y que poseyeras el valor para intentar cambiar los corazones de las personas, fue un viaje difícil, tuviste que soportar humillaciones, abusos y mucha segregación, lo mejor es que no te rendiste, ni cuando te ofrecieron baños apartados, ni cuando recibían bien a tus acompañantes y a ti te rechazaban, ni cuando te desplazaron de los restaurantes en los que, minutos antes, habías sido ovacionado como estrella.
Soy consciente que te escribo a través del tiempo y que soy un atrevido porque supe de ti hace apenas unos días, cuando pude ver una agradable recreación de este episodio, eso me inspiró. Debo confesarte que se trató de una película algo superficial, pues hizo énfasis en lo divertido que resultaba tu interacción con tu compañero de viaje, un italoamericano llamado Tony Lip (ordinario, pendenciero, mentiroso, glotón y vulgar) con el que debió ser muy difícil convivir.
No obstante, con el pasar de los kilómetros, y muy a pesar de tu introspección, encontraste en ese hombre, a una persona honesta, que no disfrazaba su forma de pensar y que fue capaz de confrontarte en los momentos más íntimos para sacar a flote la frustración que te carcomía por un éxito a medias, donde lo único que realmente permanecía era la soledad. En realidad, no sé si sucedió así, pero quienes los encarnan, lo hicieron tan bien, que resulta una versión muy creíble. Además, uno de los hijos de Tony fue quien se encargó de escribir la historia, quizás por eso, en la historia su papá, por momentos, parece un héroe que te rescata en tus instantes más críticos, razón por la cual creo que, como personaje, resultó casi perfecto, sin matices: buen padre, buen trabajador, buen amigo.
Te confieso que, al terminar de ver la película, muchos sentimos una pequeña alegría en el corazón, por la amistad que se forja en medio de la adversidad y porque, al final de cuentas, la gira por el sur termina “bien”. Sin embargo, creo que queda un mensaje equivocado flotando en el ambiente, y es que da a entender que la discriminación ya es un problema superado, que se acabó en alguna noche de Navidad, pero no, lamentablemente, 50 años después, aunque el Libro Verde ya no existe, la intolerancia está viva y se manifiesta soterradamente. Lo más triste es que no es solo en el sur.
Lamento concluir con esa pésima noticia, por eso, entonces recomendaré la cinta como un pequeño homenaje a la amistad, con un duelo actoral tremendo, que se queda un poco corta en el trasfondo, pero que resultara fácil de ver en una tarde de domingo, para que más gente, como yo, pueda entender que, ante las injusticias del mundo, la dignidad siempre debe prevalecer.
Con mucho aprecio, solo un espectador más.
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