Por @kalosw
Cuando uno piensa en el Japón actual se imagina un mundo del futuro donde conviven los más grandes avances tecnológicos y los rituales de una cultura milenaria: el tren bala más rápido del mundo pasando a pocos metros de los encantadores templos shinto, donde se veneran a los espíritus de la naturaleza. También, se piensa en una sociedad admirable que supo reponerse a la devastación de dos bombas atómicas, al apostar por la paz y valorar el sentido de lo colectivo por encima del individual, de ahí la extraña sensación que, en los primeros minutos, provoca la película Un asunto de familia cuando desvela el lado marginal del país del sol naciente, a través de la cotidianidad de un particular clan que vive de empleos precarios y de cometer pequeños robos en supermercados.
Pero esa primera impresión pasa rápidamente a un segundo plano, cuando la delicadeza del relato, colmado de detalles: gestos, silencios, diálogos sutiles y hermosos encuadres naturales, introduce las preocupaciones del director Hirokazu Koreeda sobre los lazos familiares, sobre cómo es posible compartir la cotidianidad, en medio de las más difíciles condiciones económicas, y aun así establecer relaciones afectivas sólidas, que se nutren de la lucha común por sobrevivir.
La cinta, ganadora del Festival de Cannes en el 2018, es contemplativa, lenta, pero atrapante. La primera secuencia muestra cómo un hombre y un niño se las ingenian para robar comida de una tienda, mientras se comunican por medio de señas, una danza tragicómica que deja ver los primeros dilemas morales que, durante las dos horas de duración, va a formular el autor, sin dar pie a conclusiones insulsas o juicios fáciles, sino que cada espectador tomará posición, según sea su manera de pensar, aunque nadie podrá tener la última palabra.
Como lo dice el título en español latino, la historia es todo un asunto de familia, la cual ve alterada su mísera cotidianidad cuando, la pareja de ladronzuelos del comienzo, en una noche fría, decide amparar a una niña (de solo 5 años) que, aparentemente, está abandonada. Al llevarla a la casa, los demás miembros del clan (una mujer, una adolescente y una anciana) aceptan a regañadientes compartir lo poco que tienen con la pequeña y, poco a poco, la van haciendo parte de ese estilo de vida donde no tienen nada, pero lo comparten todo.
Sin embargo, no se trata de otro meloso drama familiar de Hollywood. Por el contrario, el guion y el talento interpretativo de todo el elenco hacen de los personajes seres creíbles, profundos, tridimensionales, que se equivocan, toman malas decisiones y aun así generan la empatía suficiente para querer saber qué les va a pasar y, sobre todo, cómo llegaron a juntarse en ese espacio reducido al cual llaman hogar.
Un asunto de familia, que está disponible en la plataforma Netflix, tiene un leve parecido con Parásitos, pero se distancia en forma y fondo de la gran obra de Bong Joon Ho, así que no se deben confundir sus propuestas, una habla de la familia y la otra de la diferencia de clases, una transcurre en Corea del Sur y la otra en Japón; eso sí, ambas son joyas de la cinematografía oriental y se deben disfrutar sin temerle a la barrera del idioma o de la propuesta narrativa que se distancia de los montajes trepidantes del cine comercial, y así aprovechar de estos días de confinamiento, para hacer del Séptimo Arte otra forma de viajar, conocer el mundo y descubrir otras culturas.
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