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Tras el asesinato de George Floyd, el ciudadano afroamericano cuya muerte desató la ira del pueblo estadounidense, Spike Lee afirmó, en una entrevista para la BBC, que “el racismo ya era una pandemia global antes del coronavirus”.
A lo largo de su extensa filmografía, Lee ha denunciado la represión, la desigualdad y las injusticias cometidas contra las comunidades negras de los Estados Unidos. El gran director neoyorquino no solo ha impactado al mundo con la crudeza de sus historias sino que ha reivindicando la lucha por los derechos civiles, sin disfrazar la verdad ni dar por sentadas soluciones vacías a un problema que la humanidad ni siquiera ha terminado de dilucidar.
Luego de ver una de sus películas, el espectador suele sentirse como si acabara de recibir una bofetada que trata de despertarlo del letargo, de la pasividad ante la existencia; una cachetada que no busca agredir, sino ayudar a alguien a volver en sí.
Por esa influencia de Lee es que resulta bastante extraño encontrarse con películas que aborden el racismo y que, al mismo tiempo, provoquen una sensación optimista ante la vida. Este es el caso de El médico africano, una comedia dramática francesa del 2015, dirigida por Julien Rambaldi, y que cuenta un fragmento de la vida de Seyolo Zantoko y su familia. Una historia con una planteamiento demoledor, pero que se resuelve fácil y apresuradamente.
La cinta transcurre en el año de 1975, cuando Seyolo, recién graduado de la escuela de medicina, cambia una oferta de trabajo con el dictador del Zaire, su país natal, para convertirse en el único médico del pequeño poblado francés de Marly-Gomont, un sitio donde nunca ha vivido una persona de raza negra.
A partir del mismo momento de su llegada, el médico, su esposa y sus dos hijos -menores de edad- serán víctimas de la discriminación, del rechazo de un pueblo que les teme. Cuando van a consultarlo y descubren que es de raza negra, le huyen como si en vez del médico fuera un monstruo; en la plaza de mercado les hablan como si fueran simios y en la escuela insultan a los niños por su color de piel.
Pero aquello que, en cualquier persona hubiera desatado la ira o derivado en graves traumas, al protagonista lo inspira a superarse y ser aceptado, arriesgando su propia dignidad y renegando de sus raíces africanas.
El guion maltrata a su protagonista obligándolo a implorar aceptación, al sentir vergüenza por tener una familia alegre, o al apoyar a su hija, en su pasión por el fútbol, solo cuando descubre el interés que este deporte despierta en el resto de la comunidad.
Ahora bien, a favor del escritor hay que decir que el largometraje está basado en hechos reales y que cumple con mostrar una experiencia de vida, de alguien que, a pesar de la adversidad, supo acomodarse a las circunstancias.
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