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A veces las películas biográficas de los grandes cantantes estadounidenses se limitan a una fórmula predeterminada, casi como si hubiera una plantilla para manejar el guion. Generalmente, arrancan con una escena del protagonista adulto en un contexto que el espectador desconoce, pero que resultará parte esencial del viaje del personaje. Antes de interactuar con alguien más, el artista enfoca su atención en un objeto, que lo distrae de la realidad y lo lleva a una travesía por sus recuerdos.
Entonces es cuando aparecen los créditos iniciales, se describe visualmente un suburbio o un pueblo pequeño, de casas desvencijadas y gente trabajadora. El director retrata la miseria en la cual creció el protagonista. Segundos después, justo cuando aparece el nombre de la película, se reconoce a la versión infantil del ídolo por un contacto primario con la música o algún elemento que lo relaciona directamente con lo que será su obra.
Pasan los primeros minutos y, a través de las relaciones con sus hermanos, padres, amigos y novias, se desvelan miedos, ambiciones e ingenio, pero sin importar que tan talentoso es, suele enfrentar un conflicto familiar, porque sus sueños están en contravía de las aspiraciones de los demás -especialmente de un padre tirano y con problemas de alcohol-. Sin embargo, el protagonista se las arregla para darle rienda suelta a su habilidad única, lo que tiende a provocar un descuido y a originar una tragedia familiar que lo marcará para el resto de sus días.
En ese preciso instante, mientras el público comprende qué fue lo que llamó la atención del personaje para iniciar ese recorrido por los recuerdos, hay un nuevo salto en el tiempo donde ya el protagonista es mayor y empieza una lucha por hacer realidad sus sueños.
Siguiendo la fórmula, comienza la etapa del ascenso, donde se le cierran puertas, la gente lo rechaza y solo su pareja cree en él. Su creatividad aflora, las lecciones y el amor lo inspiran. En medio del dolor y el sacrificio, compone varios de los versos más representativos de su música.
Cuando está a punto de rendirse, de tirar la toalla, probablemente porque los problemas económicos lo atosigan, alguien lo descubre, lo alienta y le da una oportunidad, que rápidamente aprovecha. En una emocionante transición, ambientada por el primer gran éxito del artista, hay una recopilación de episodios íntimos y profesionales, como cuando está grabando por primera vez en estudio, la primera casa, el primer auto o el nacimiento del primer hijo.
En la cima del éxito llegan los excesos. Los destellos de la fama obnubilan el criterio. El dinero atrae a ‘nuevos amigos’, sexo y drogas. La adicción se desata, la gente que lo quiere le advierte que se está autodestruyendo, pero se niega a aceptarlo porque la droga y el alcohol lo hacen sentirse poderoso y libre, pero en realidad poco a poco está descendiendo a un infierno, que se convertirá en soledad y miseria. En esta etapa el artista suele tener problemas de dinero, termina en una cárcel y en las portadas de los diarios sensacionalistas, que titulan sobre su fracaso.
En medio de un charco de vómito y sangre, el artista siente que tocó fondo, promete recuperarse, y con la ayuda de sus verdaderos amigos se aísla, pero como no sabe lidiar con el síndrome de abstinencia, recae una y otra y otra vez.
Cuando parece que todo está perdido, hay un momento en que se reconcilia con su pasado, con sus traumas de infancia y suele suplicar el perdón a todos los seres que realmente lo quisieron y que nunca valoró. Esa es la mayor licencia que le da la realidad a la ficción, ya que todos los problemas del artista quedan superados por obra y magia de la elipsis.
Es entonces cuando se completa el círculo, las escenas de la secuencia inicial reaparecen dando a entender que se trata de la previa a un gran concierto, que suele relanzar la carrera del cantante, la película entonces finaliza con una secuencia musical o con un abrazo y un beso del protagonista a sus seres queridos.
Una fórmula exitosa
Esta plantilla, aunque repetitiva, suele generar muchos millones en taquilla y la admiración del público, especialmente por la personificación del artista y el mundo que lo rodea. Dos ejemplos relativamente recientes y claros de este tipo de cine biográfico son Ray (2004) y Walk the line (2005), que retrata una parte de la vida del rey de la música country, el gran Johnny Cash.
Dirigida por James Mangold, la cinta es protagonizada por el gran Joaquin Phoenix, como Cash, y por Reese Witherspoon, que encarna a la musa y compañera de viaje, June Carter.
Es gracias a ellos dos, a su increíble química en escena, que la película da un salto de calidad y consigue sobreponerse a esa estructura repetitiva, que hace a la trama sea predecible.
Pese a que es la vida de un artista poco reconocido en el resto del mundo, la relación en que se forja entre ambos protagonistas despierta el interés por conocer un poco de la trastienda de las interminables giras que llevaron a la fama a una decena de cantautores, pero que quizás terminaron pagando un precio muy alto a cambio de la vida personal.
Más allá de contar con todos los clichés del subgénero, Walk the line o En la cuerda floja es una bella historia de amor, predecible, entretenida, muy bien ambientada y actuada. Es simplemente de esas películas para pasar el rato, aproximarse a la vida de un artista y disfrutar de buenas canciones.
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