Por Camila Caicedo.
En 1968, Fred Hampton era el carismático líder del partido Black Panther Party, en Chicago, Illinois, que contaba con un séquito de seguidores fieles, convencidos de su lucha y dispuestos a cuidar de su líder para salvar a su gente.
Con una personalidad tan fuerte libre en la calle, hablando de cerca con la gente segregada por el Estado, el FBI no se sentía seguro, y con su pensamiento racista predominante, estaba dispuesto a hacer lo que fuera para disolver el movimiento, por lo que tener un infiltrado que les diera la pista para acabar con ‘la fiesta’ era su mejor opción.
Judas y el mesías negro es la película del director estadounidense Shaka King, en la que relata el momento en que el asaltador William O’Neal se convirtió en un informante de la Policía del estado de Illinois, que logró hacer parte del grupo de guardaespaldas de Hampton, mientras que revelaba sus movimientos al agente Roy Mitchell.
El personaje de O’Neal, interpretado por Lakeith Stanfield, transita un camino entre la satisfacción de ser recompensado por su trabajo y la culpa. El guion de Will Berson, Shaka King, Kenny Lucas y Keith Lucas nunca lo convierte en villano ni en víctima, sino que los muestra más como un resultado de la discriminación y de la falta de oportunidades para la comunidad negra, lo que el actor logra retratar en sus gestos, especialmente en su mirada, casi siempre nublada de duda y temor, o en su boca, donde se recargan ciertos instantes de furia.
La película no ahonda mucho en los momentos de soledad o intimidad de este personaje, sino que traza un paralelo entre sus vivencias de informante y las de Hampton, a quien da vida Daniel Kaluuya, que desde su primera intervención se transforma en un orador atrapante, explosivo y cerrado en sus convicciones, con mucho más espacio para sus planes futuros y vida en comunidad.
Ambos, sin que estén enfrentados explícitamente en el guion, generan una balanza interesante con sus interpretaciones, entre los objetivos y dudas de sus personajes, y la manera en que estos se van relacionando, nunca muy cercanos, pero siempre fundamentales, el uno para el otro, para el encuentro con sus destinos. Los dos actores aspiran al Oscar a Mejor Actor de Reparto.
También se destaca el personaje de Jesse Plemons, que da vida al agente Roy Mitchell, quien contrata a O’Neal, y que va a evolucionar desde una especie de colegaje y buena voluntad, hasta la perversidad de toda la institución que representa.
Uno de los grandes aciertos de esta película es el dinamismo de la historia, que desde el comienzo va al grano. Cada una de sus escenas aporta al desarrollo de los hechos, ninguna sobra o permite aburrimientos, por el contrario, construyen con claridad todo el contexto político y social de la época, a lo que también le suma la ambientación, el vestuario y su banda sonora.
Los suburbios de Chicago, las actividades del movimiento, las reuniones clandestinas e incluso los enfrentamientos transmiten toda la pasión de los integrantes del partido, además de la estética visual de la cinta, que resalta en gran medida en las escenas nocturnas, en las que la penumbra es también un elemento narrativo.
Sin duda, Judas and the Black Messiah es una de las películas recientes más reivindicadoras de la lucha negra en Estados Unidos, que no apela a los lugares comunes y errores que ya otras han cometido, y que demuestra que no es necesario hacer pausas para la reflexión, en medio de la trama, sino que esta puede llegar acertadamente cuando empiezan a fluir los créditos.
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